Confesiones.
En Marzo del 2023 hubo una explosión en el interior, se detonaron todos los miedos, racionales e irracionales, que se habían ido acumulando en lo que hasta entonces había llamado yo. Por momentos pensé que estaba enloqueciendo, luego empecé a darme cuenta que mi salud física también llevaba tiempo en decadencia, quedé sin palabras. ¿Qué le sucede a mi cuerpo como totalidad?

Después de visitar médicos, nutrirme e hidratarme vía intravenosa, me dijeron que una condición de autoinmunidad estaba muy activa en mi cuerpo, cosa que aparentemente venía sucediendo tiempo atrás. Algunos años atrás me habían dicho que sufría de auto inmunidad porque el sistema inmune había sido hiper reactivo. Yo lo había tomado a la ligera y cada vez que tenía una pequeña crisis, algún tipo de tratamiento lo solucionaba.
Ahora era diferente. Mi cuerpo se rehusaba a recibir nutrientes e hidratación por la vía regular. El sistema nervioso, parlante de la inteligencia del cuerpo, se alteró mucho, han sido días de muy difícil navegación. Sin identificar bien qué tipo de autoinmunidad se estaba desarrollando, era muy difícil saber qué hacer. Lo bueno era que la nutrición intravenosa me estaba sacando de la crisis. Así pasaron abril y mayo, en medio de los altibajos cancelé las clases que estaba dando y detuve la finalización de un texto que estaba escribiendo, Lila.
Todo se puso en pausa.
Entre esos días nació este blog y empecé a escribir. Había días en los que me sentía un poco mejor otros no tanto.
Un médico me recomendó hacerme un examen especializado para saber si estaba intoxicada por metales pesados, esa podría ser la causa de la reactividad del sistema inmune, es decir, de todo lo que estaba atravesando.
Lo hice y exactamente bajo la Luna Llena recibí la respuesta de los exámenes.
Estaba gravemente intoxicada.
El intoxicante primario era arsénico, seguido por aluminio, cadmio y otros en menor cantidad comparados con el arsénico. Los niveles de estos metales en mi cuerpo están muy altos. Consulté con varios especialistas y todos confirmaron la intoxicación, ellos también me corrigieron, no, no es intoxicación, la palabra a usar es envenenamiento.
¡Tremendo valdado de agua!
Me preguntaron, ¿es que has vivido en una mina? Dije no, pues si acaso conozco la Catedral de Sal de Zipaquirá en Colombia que es o fue una mina, no recuerdo bien. Pregunté, pero en los últimos dos años he vivido en EEUU, ¿será que fue "aquí"? Entre risas me dijeron, ¡no!, esto es un tema crónico, por algo que se ha venido ingiriendo en los últimos aprox. 10 años de tu vida. Me hablaron del envenenamiento de Napoleón con arsénico y el uso que le daban los Borgia, entre otros.
¿A quién no se le paran los pelos con semejante noticia?
Me indicaron el largo tratamiento, y que esperara a ver cómo evolucionaba, tal vez salgan los metales, tal vez no salgan todos. Tal vez se recupere el cuerpo, tal vez no, tal vez queden secuelas. Es un tema relativamente nuevo en la medicina y aún se está aprendiendo mucho del tema.
Me pregunté,
¿Dónde estuve los últimos diez años de mi vida?
Principalmente en Bogotá.

¿Qué hacía?
¡No estaba en una mina! O eso pensé, y ahora creo que sí vivía en una mina, aunque no de las minas tradicionales que conocemos.
Larga historia corta, en la última década estuve sumergida en el mundo de la filosofía del Yoga, terminé una maestría de cinco años sobre el tema y me la pasé sentada en Sat Sangas o en Ruedas de Palabra acorde a los indígenas, allí se escuchaba palabra sagrada oriental y occidental y, mientras eso sucedía, los asistentes consumíamos alimento indígena conocido en Colombia como Mambe y Ambil. El mambe se basa en hoja de coca y el ambil en hoja de tabaco, plantas sagradas y medicinales; su uso es sagrado para casi todas las poblaciones indígenas de la cordillera de los Andes en Sur América, es una planta mágica que merece todo mi respeto y amor. Resulta que lamentablemente hemos sido los seres humanos quienes hemos envenenado la tierra, con estas plantas en particular nos encontramos hoy en fía que han sido rociadas por glifosato (en la guerra contra las drogas en Colombia), por pesticidas y herbicidas que se basan en su mayoría en Arsénico, sin anotar que el agua con que se hacen los riegos de estas plantaciones en el sur de Colombia, lamentable y también dolorosamente, están contaminadas por la minería artesanal entre otros procesos de productividad humana. Lo que era alimento sagrado, fue para mi un veneno. Lo consumí casi todos los días por un lapso de aprox. 10 años.

Eso no fue todo, mientras lo consumía, mi cuerpo causal se iba llenando de conocimiento ancestral indígena y del mundo de la Filosofía Oriental. Mundo al que llegué sin planes ni ideales, y que mientras fui conociéndolo, me fui enamorando, y como tod@ enamorad@, pasé años allí, sumergida en la palabra y en los textos sagrados, me volví lo que podrían llamar una "experta" en el tema. A su lado, claro, vinieron las prácticas, la meditación, la exploración de lo que ellos llaman Chitta o la "conciencia individual", viajes, retiros,...
Ese conocimiento también es medicina sagrada así como lo es la coca y el tabaco. Pero hoy en día, en nuestras condiciones, es medicina sagrada que lamentablemente también puede producir el efecto de envenenamiento. Sucede así cuando el conocimiento se torna en identidad ciega y que por eso mismo, es también medio de manipulación y coerción. Cierto es que pasa con cualquier conocimiento, pero pareciera que los conocimientos del mundo de la espiritualidad tienden a tornarse en veneno mucho más fácil.
Espera, ¿cómo es que el conocimiento que se torna en veneno?
Cuando se le da el valor de absoluto, verdadero y total.
El conocimiento es tan necesario como limitado, es información (memorias) acumulada del pasado que regularmente se queda corta respecto al presente, generalmente esta información ha sido acumulada a través de la experiencia y de la educación. No te ha pasado que terminas encontrándote con escenarios de ¿cómo adapto este conocimiento ancestral en el presente?

Es como que sin decir, dijéramos, ya lo sé, ya está la respuesta y explicación para todo, lo que significa que la capacidad de aprendizaje se pierde, se apaga. La atención se diluye y empezamos a vivir en automático, todo simplemente se hace acorde a lo aprendido, quedamos atrapad@s en el mundo del hábito y de las cosas como deben ser. Lo más curioso es que eso que hemos acumulado, se ha tornado en nuestra identidad, y desde allí interpretamos el mundo. La percepción queda nublada por la interpretación. Así nuestra verdad se confirma y se reconfirma, dándole nacimiento a juicios de valor, comparación, ambición, luchas de verdades, de poder y, finalmente, en pocas palabras, en violencia, dolor y sufrimiento.
¿No les ha pasado que cuando ya conocen "algo" ya no le prestan atención?
Por ahí va la cosa.
Perder la atención implica dormirse. Perder la atención implica vivir de forma automática. Perder la atención implica vivir atrapad@s, soñando en la imaginación la palabra libertad. Perder la atención implica vivir en un mundo donde no existe el amor. Perder la atención implica sufrimiento, un mundo basado en un pequeño yo que tiene la razón y sueña con que todos le crean y le sigan la cuerda. Perder la atención implica vivir en un mundo como el de Instagram, basado en la comparación y en obtener más y más seguidores.
Siguiendo con la historia,
hoy han pasado tres meses desde la explosión inicial.
Hoy, llegando al Solsticio de Cáncer, apenas veo el desenvolver de tremendo estallido.
¿Qué ha sucedido a la par de todo este proceso?
Con el sistema nervioso tan alterado, sintiéndome bajo peligro, el diálogo interior analítico y auto-analítico enmascarando una supuesta auto-observación, sucedió que cualquier miedo guardado en la profundidad interior salió a flote para darle sentido a un estado de alerta que en un principio no entendía.

Me sentía exactamente como lo explican en biología, como si un león estuviera asechándome y en el momento menos esperado me va a atacar.
Ante cada estallido de miedo me sentaba a respirar, algunas veces salía a caminar, o usaba una posición de manos aprendida del Yoga, o realizaba una postura física, o entonaba un canto en sánscrito, y como había sido aprendido, algunas veces funcionaba, otras veces simplemente me tocaba llegar al máximo de crisis y esperar que bajara un poco, llorar era muy común, los temblores también, entre otras manifestaciones físicas. Me sentía en un remolino sin final con una carga inmensa que apenas y podía soportar.
Al encontrarme con los miedos que venía cultivando en mi, esos que cantan muy suave, que parecen no sentirse y que han sido regularmente escapados por tanta técnica que se puede aprender durante la vida, me estaba asegurando una tramo de vida muy sufrido.
Sí, los escapaba. Sin saber, los reprimía o los convencía de calmarse con alguna frase lógica.
Me encontré con temores biológicos como el relacionado con la soledad, también me encontré con temores especialmente vinculados con los que ha ido hilando el cuerpo causal debido al entorno, la educación, relaciones,..., y para mi sorpresa, me encontré un sinfín de temores que había absorbido de profesores y enseñanzas del pasado. Temores que moldeaban mi comportamiento, mi sentir, mi forma de comer, de pensar, de vivir, de relacionarme, de ejercitarme, de respirar, de ¡todo!
Empecé a darme cuenta cómo era que hasta una película que vi en mi niñez estaba moldeando mi vida sin yo darme cuenta.
¿Sería porque ese yo es esas memorias y a su vez el resultado de esas mismas memorias? ¡Los famosos condicionamientos!
No solamente los "tengo", porque ¿quién los tiene?
Esos condicionamientos son justamente lo que yo había llamado yo.

Empecé a darme cuenta que todo el conocimiento acumulado se había convertido en un dolor, en una discapacidad, así en la superficie fuera el tesoro más preciado, mi posición, mi profesión, mi todo. Era por lo que muchas personas me admiraban.
El conocimiento acumulado era mi identidad.
Era yo.
Empecé a darme cuenta cómo cosas que ni siquiera entendía realmente o que no tenían mayor significado, estaban allí presentes, comandando la vida. Sesgando el presente.
Me di cuenta cómo defendía una cantidad de conceptos y definiciones que había aprendido y entendido porque alguien (importante y sabio) los había descubierto o propuesto, pero que en realidad para mi estaban allí, solo puestos, como moñitos decorando una muñeca. Era lo que alguna autoridad había dicho, yo imaginaba haberlo comprobado, y lo cierto es que eran tan solo fantasías en el mundo del pensamiento.
Era puro bulto. Ese era el bulto que había querido sacarme de encima por tanto tiempo y no sabía cómo, era imposible que lo supiera, pues no sabía de qué se trataba el bulto que decía sentir. No sabía que ese bulto era lo que llamaba yo. ¡Ja! Es que me era imposible siquiera imaginar que cargar con el pasado como identidad pesaba tanto. Por eso mismo encontré y observé la obediencia y la aceptación ciega a tanto, impulsada por el miedo. El bendito miedo.
Es decir, sin querer queriendo, terminé metiendo la cabeza en el pozo interior que antes no veía por que además suponía que ni existía.

Viviendo ese proceso, que a veces parecía tragedia, otra un chiste; hace unos días, algo en particular sucedió. Estaba en mi habitación y se vino una de las acostumbradas crisis nerviosas, el síntoma más incómodo del diagnóstico; espontáneamente me senté al borde de la cama y dije, bueno, déjame observarte peligro, aquí estoy.
La piel me ardía, estaba muy mareada, el frío y el temblor empezaban a llegar. Y claro el flujo mental empezaba arreciar con una cantidad de alertas que solo aumentaban la tensión de la situación.
Regularmente ante este escenario o pedía ayuda con mi familia o realizaba alguna práctica para apaciguar el sentir. Ese día dije ya no voy a correr más, esto es lo que está sucediendo, así que sentada al borde de la cama cerré los ojos, a observar.
Solamente observar. Sin ninguna resistencia.
No quería entender, no quería iniciar el diálogo interno, no quería usar la respiración diafragmática para calmar, no quería acomodarme en una postura, no quería poner más en supresión lo que el cuerpo necesitaba gritar.
Así fue, ojos cerrados, manos sobre las rodillas, dejándome consumir. Esperaba morir. Estaba rendida.
No sé cuánto tiempo pasó, no sé qué pasó, todo se apagó, el pensamiento se apagó y el terror físico que se había detonado parecía desaparecer, nunca había sentido tanta calma en un solo instante.
Solo me senté con el miedo, en mi cuerpo, a observar. La atención se centró allí. Sin ningún objetivo, solo estaba allí, atenta.
Expectante. Estaba allí. Presencia pura.
Solo eso.
La observadora, el conocimiento acumulado con el que me había identificado, desapareció, es como que se hubiera reventado.
En ese mismo instante, como si fueran dos cosas separadas, el miedo desapareció.
Ahora sé que no eran separados. Si está el uno, está el otro. Así de simple.
Mi cuerpo físico empezó a regularse más fácil. De alguna manera, simplemente descansó.
Desde allí he sentido como paso a paso el cuerpo agradece la desaparición de una comandante que ha dicho saber cómo hacer y qué hacer, llevándose por delante todo. Cuando re aparece se nota inmediato, todo cambia. La cantaleta interior regresa y como que no se pega.
El cuerpo físico sigue en un proceso largo de sanación, con muchos cuidados, esperando a que encuentre equilibrio.
Con el tratamiento, del que llevo poco, el sistema nervioso ha empezado lentamente a regularse, así como algunos de los otros síntomas. En un principio todo esto fue una devastadora bomba atómica que sentía que me mataba, creo que en un gran porcentaje lo logró. Y continúa.

Por muchos años viví sentada a los pies del miedo, tenía que ser muy valiente para caminar desde allí, tantas reglas para seguir, tantos lineamientos, tantas verdades, tantos juicios, tanto análisis, tantos cuidados, tantas penas, tantos debes, tantas vidas perfectas, tanta pureza, tantos conceptos por ser obedecidos y en los que es prohibido equivocarse. Han sido muchos años sintiéndome muy valiente.
Ese día extraño me di cuenta que la valentía es cuando hay miedo por enfrentar, porque hay alguien que lucha, hay alguien que se prepara para la guerra, hay alguien que quiere vivir, ...hay alguien! Ese día no fui valiente, el miedo era una sombra, se desvaneció a la luz de la observación, la valentía termino siendo una ilusión innecesaria por que en realidad no había nada que enfrentar. En realidad el miedo era quien luchaba. Cuando hay dos, hay lucha.
Cuando hay dos, hay violencia.
Fue tal vez coraje, el coraje de observar. El coraje de simplemente ser. El coraje de no seguir ninguna regla. El coraje de desaparecer. El coraje de no sentarme a los pies del miedo si no con el miedo. Al observarlo, él desapareció, al observarlo, desapareció lo que había llamado yo. Quedaba observación, solo observación. Lo real. No quedaba un cuarto de imaginación ni de opinión. No quedaba más que el silencio del canto del amor.
Con deseos de compartir el laboratorio de observación que me ha ido desgranando de a poco. Regalándome una sola cosa, realidad.
Un laboratorio sin técnicas y sin observadores.
Un laboratorio sin verdades ni nada por enseñar.
Un laboratorio esperando por ser atravesado.
¡Feliz Solsticio!
Comments